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13/6/11

Ese hombre de la EDAD de ORO


Creo que una vez en la vida cuando somos adultos debemos leer nuestras raices, es inutil andarse a leer desde Dante hasta Malcom X si no leemos nuestro propio grito en las palabras de quien serà siempre simbolo de nuestra identidad nacional, Marti traido y llevado por cualquier corriente politica, esgrimido a derecha como padre del exilio, esgrimido a izquierda como autor intelectual de un periodo largo de la vida real cubana.
Pero Marti claro y vigente siempre para todos , les dejo en negrita lo que mas me agrada pero les dejo un discurso vivo y moderno al cabo de los siglos

Señoras y señores:

Más me embarazan que me ayudan estos aplausos cariñosos, porque en vez de estímulos que la enardezcan, tiene mi alma, sacudida en este instante como por viento de tormenta, necesidad de reducir su emoción a la estrechez de la palabra humana. Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia-porque yo siento en este instante sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como éste abandonaron el bienestar para obedecer al honor-de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como caen siempre los héroes, exige de los labios del hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con rayos de sol, con los transportes de la victoria, con el júbilo santo de los ejércitos de la libertad, el único lenguaje digno de ella es el silencio. No sé que haya palabras dignas de este instante. “¡Demajagua!”, decía uno de nuestros oradores: “¡plegaria!”, decía otro: ¡así es como debemos conmemorar aquella virtud, con los acentos de la plegaria! Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!” ¿No sentía, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada? . . . ¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de ellos, cubanas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras: gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansáis de ser honrados!

¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a conmemorar a nuestros padres? ¿Qué pasa en nuestras huestes, que el dolor las aumenta y se robustecen con los años? ¿Será que, equivocando los deseos con la realidad, desconociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio, queramos infundir con este acto nuestro, con este ímpetu, con este anuncio, esperanzas que son culpas cuando pueden costar la vida al que las concibe, y el que las pregona no puede realizarlas? ¿Será que sometiendo como vulgares ambiciosos el amor patrio al interés personal o la pasión de partido, estemos tramando con saña enfermiza el modo de echar inoportunamente sobre nuestra tierra una barcada de héroes inútiles, impotentes acaso para acelerar la agregación inevitable de las fuerzas patrias, aun cuando llevasen, con la gloria de su intrepidez, el conocimiento político y la cordial grandeza que han de sustentarla? No: ni la debilidad nos trae aquí, ni la temeridad. ¿No nos aflijimos, no nos buscamos unos a otros, no nos adivinamos en los ojos un llanto de sangre, no andamos con la mano impaciente, con el dolor de la carne herida en nuestra carne, en cuanto sabemos de alguna nueva tristeza de la patria, de algún peligro de los que allá viven, de alguna ofensa a los que allá nos desconocen, del sacrificio estéril de algún valiente infortunado? ¿No nos regocijamos noblemente cuando se espera de nuestros mismos dominadores una concesión de justicia, un bien parcial, que aunque lastime nuestras aspiraciones grandiosas, aunque retarde nuestro idealabsoluto y nuestra vuelta al país, le prometa sin embargo una calma relativa-de que no queremos gozar nosotros? ¿No nos agitamos, no perdemos el interés en nuestro quehacer usual, no sentimos, cuando sabemos que hemos de reunirnos para estos actos nobles, como más claridad, como más ternura, como más dicha, como más elocuencia, como una verdadera resurrección en nuestras casas? ¡Pues por eso estamos aquí: porque la prudencia puede refrenar, pero el fuego no sabe morir; porque el amor a nuestro país se nos fortalece con los desengaños, y es superior a todos ellos; porque el pesar de vernos ofendidos por los que no saben imitar nuestra virtud, es menos poderoso que este impulso de los que morimos en silencio fuera del suelo natal, para prolongar siquiera la vida recordándolo; porque tal vez divisamos el peligro y nos aparejamos a ser dignos de él.

Ese impulso nos arrastra; nos pone en pie, como si viviéramos aún, devuelve a nuestros labios la palabra, cansada ya de torneos pueriles: ¿qué somos nosotros más que lo que nos decía esta noche un anciano respetable, qué somos nosotros más que “mártires vivos”? Vivimos entre sombras, y la patria que nos martiriza, nos sostiene. Con las manos tendidas, con la señal del cuchillo en la garganta, con los vestidos sirviendo de últimos manteles a los ladrones, comida hasta la rodilla-¡hasta la rodilla no más!-de gusanos, la imagen de la patria siempre está junto a nosotros, sentada a nuestra mesa de trabajar, a nuestra mesa de comer, a nuestra almohada. Desecharla es en vano; ni ¿quién quiere desecharla? Sus ojos, como los ojos de un muerto querido, nos siguen por todas partes, nos animan cuando estamos honrándola con nuestros actos, nos detienen cuando nos sentimos tentados a alguna villanía, nos hielan cuando pensamos en abandonarla. ¡Cierra los ojos y parece que se cierra la vida! Queremos ir por donde nos manda el interés, y no podemos ir sino por donde nos manda la patria. Cuando el sol brilla para todos, menos para nosotros; cuando la nieve alegra a todos, menos a nosotros; cuando para todos menos para nosotros, tiene la naturaleza cambios y fragancia,-un aire sutil viene por sobre el mar, cargado de gemidos, a hablarnos de dolores que todavía no han logrado consuelo, de vivos que desaparecen en el misterio, de derechos mutilados, más tristes de ver que los mismos hombres muertos. El alma no duerme, ni sabe del día: ásperos, y como soldados sin armas, salen de la mente, llenos de vergüenza, los pensamientos. ¿Qué importa el sol? ¿qué importa la nieve? ¿qué importa la vida? La patria nos persigue, con las manos suplicantes: su dolor interrumpe el trabajo, enfría la sonrisa, prohíbe el beso de amor, como si no se tuviese derecho a él lejos de la patria: una mortal tristeza y un estado de cólera constante turban las mismas sagradas relaciones de familia: ¡ni los hijos dan todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias para servirla.
Así vivimos: ¿quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: ¡allá, no queremos ir!: cruel como es esta vida, aquella es más cruel. ¡Nos trajo aquí la guerra, y aquí nos mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan arraigado en nosotros, tan esencial a nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnos sino con la carne viva! ¿A que hemos de ir allá, cuando no es posible vivir con decoro, ni parece aún llegada la hora de volver a morir? ¿Pues no acabáis de oír esta noche una voz elocuente que nos sacaba, recordando aquella vergüenza, las llamas a la cara? ¿A qué iríamos a Cuba? ¿A oír chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no volar, aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco, por ejemplo, la mano que nos castiga?
¿Ver el consorcio repugnante de los hijos de los héroes, de los héroes mismos, empequeñecidos en la pereza, y los viciosos importados que ostentan, ante los que debieran vivir de espaldas a ellos, su prosperidad inmunda? ¿Saludar, pedir, sonreir, dar nuestra mano, ver, a la caterva que florece sobre nuestra angustia, como las mariposas negras y amarillas que nacen del estiércol de los caminos? ¿Ver un burócrata insolente que pasea su lujo, su carruaje, su dama, ante el pensador augusto que va a pie a su lado, sin tener de seguro donde buscar en su propia tierra el pan para su casa? ¿Ver en el bochorno a los ilustres, en el desamparo a los honrados, en complicidades vergonzosas al talento, en compañía impura a las mujeres, sin los frutos de su suelo al campesino, que tiene que ceder al soldado que mañana lo ha de perseguir, hasta el cultivo de sus propias cañas? ¿Ver a un pueblo entero, a nuestro pueblo, en quien el juicio llega hoy a donde llegó ayer el valor, deshonrarse con la cobardía o el disimulo? Puñal es poco para decir lo que eso duele. ¡Ir, a tanta vergüenza! Otros pueden: ¡nosotros no podemos!

Pero no estamos aquí para censurar a nuestros hermanos en desdicha, a nuestros hermanos mayores en desdicha, porque el valor que necesitan para soportarla es más que el que para esquivarla demostramos nosotros: no estamos aquí para suponer en ellos, con necia arrogancia, la falta de virtudes que sean nuestro patrimonio exclusivo: ¡yo las he visto brotar bajo aquella opresión con tanto brío, con mós brío a veces, que el que cabe ya en nuestras almas fatigadas! Astros apagados ya para nosotros, en el fuego de la libertad que consume los astros, todavía son para ellos soles: el amor a la patria, que es en nosotros inquebrantable juramento y melancólica constancia, es en ellos asomo de aurora y épico frenesí: ¡por cada uno que cae en vileza, hay dos que se avergüenzan de él! Si el reposo, que es también necesario en la historia, favorece el desarrollo del juicio, no maldigamos del reposo,-que cesará por sobre cuantos lo estorben cuando tenga fuerzas para cesar,-porque la catástrofe innecesaria de nuestra guerra demuestra que el valor es estéril,-el mismo valor loco a cuyo recuerdo hierve la sangre y se dibuja en la sombra un caballo ensillado que nos convida,-cuando la razón, que es otra forma de valor, no lo preside. ¿Quién cuenta desde aquí las almas que allá acarician, con el fervor creciente por la ofensa diaria, los mismos deseos de que sólo los presuntuosos entre nosotros pueden suponerse únicos depositarios? ¿Quién no oye lo que se dicen aquellos puños cerrados, aquellos labios mordidos, aquellas mejillas encendidas? ¿Quién no se enorgullece, como si fueran suyas propias, de las virtudes, de la inteligencia singular, de los hábitos de trabajo, de la facilidad magnífica para todo lo bello y difícil de que nuestra patria da prueba pasmosa, surgiendo de aquella llaga que se la come, como de los mismos cerdos muertos surgen con el azul más puro, florones de luz? ¡Todos, todos son nuestros hermanos, nuestra carne, nuestra sangre, lo mismo los que piensan con más tibieza que nosotros que los que han pensado con ineficaz temeridad! Precipitar ¿cuándo fue salvar? Ni ¿qué valdrá, más que lo que valen las alas de un colibrí en una tormenta, que los de flojo corazón levanten las manos pálidas al cielo el día en que, recobrada la salud, decrete el país que no se contenta con dietas de honor? ¡Las aves indecisas, para protegerse mejor, se agregarán a la bandada! ¿Qué es ponerse a murmurar unos de otros, a recelarse, a odiarse, a disputarse un triunfo que sería efímero si no fuera unánime, de todos, para todos, porque unos han vivido acá y los otros allá? ¿Cómo los que han padecido menos osan afectar desdén, que si fuera real sería fraticida e impolítico, hacia los que han padecido más, hacia los que acaso les han permitido, con su silencioso sacrificio, con la prudencia con que usan de su poder moral, intentar los remedios parciales que en vano recomiendan, sin los obstáculos que con amor menos virtuoso a la patria hubiéramos podido en todo instante oponerles, pero que guardamos celosamente para su hora, no por agasajo a nadie, no por temor de nadie, sino por aquel prudente amor al país, por aquel supremo amor al país, ante el que se deponen todas las pasiones? Vacilen éstos, retráiganse aquellos, condénennos otros: todos nos juntaremos, del lado de la honra, en la hora de la vindicación y de la muerte.

Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros, porque como nosotros piensan todos, aun cuando, como quien quiere sofocar el aire, quieran sofocar el pensamiento; porque nosotros, como los persas que se refugiaron a adorar el fuego, que era el símbolo de la patria sometida por el moro, a las cumbres solitarias adonde no hallaba camino el opresor, ¡con el fuego sagrado nos refugiamos, orgullosos de nuestra soledad, en las cumbres de nuestras conciencias! ¡Nosotros somos el deseo escondido, la gloria que no se pone, el fin inevitable! Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si sirven a la patria con aquel filial gusto, con aquella sabia indulgencia, con aquel dominio de las antipatías señoriales, con aquel acatamiento del derecho del hombre ineducado a errar, con aquel estudio de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos, con aquel supremo sentido de justicia que puede únicamente equilibrar en lo futuro tenebroso el resultado natural de las injusticias supremas, con aquel ingenuo afecto a los humildes que encadena las voluntades incultas en vez de agriarlas y llevarlas de la mano al enemigo, con aquel respeto a la patria que prohibe agitarla inoportunamente en provecho de la vanidad o el interés, con aquel incendio del alma ante la injusticia que muchos aventureros del pensamiento fingen con semejanza y arte tales que llegan a ser caricaturas acabadas de la gloria! Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si, divisando lo porvenir con la mirada segura que es dote esencial de los que pongan manos en las cosas del Estado, dirigen sus actos de modo que, en vez de levantar sin propósito y dirigir sin cordialidad pasiones que no se podrán apagar luego sino con la acción, prevean y dispongan ésta, se conformen a la política real de la Isla, y contribuyan a la conservación y reforma de sus fuerzas y al fortalecimiento y pujanza de los caracteres. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si comprendiendo a tiempo el carácter fogoso y enérgico que el padecimiento bajo la tiranía, el destierro en países de república y su natural apasionado de la libertad han creado en el cubano, disponen la patria para acomodarla a él, en vez de amenguarla con planes de mando exclusivos, o con soberbias de grupo alucinado, o con esperanzas cobardes de ayudas extrañas,-peligrosas e imposibles. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si familiarizados con la grandeza, como han de estar los que pretenden influir en tiempos que la requieren, en vez del odio raquítico a lo inferior en orden social, a lo que no comulga en el propio templo, a lo que ha nacido en la propia tierra, demuestran la determinación conocida de obrar sin odio, el día en que nos reconozca la historia nuestra autoridad sobre la casa que recibimos de la naturaleza!

Y si quieren leer mas busquen a Jose Julia MArti y perez y leanselo, aprendan que ..ese hombre de la Edad de Oro es todavia su amigo.

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